viernes, 17 de mayo de 2013

Texto autobiografico


(En realidad, no es mi autobiografía, pero es la de un personaje que yo he creado)


Dies Irae
(Escribo esto, para demostrar que no he perdido la razón, soy consciente de mis actos)
Lucio Cromwell, abril, 2013.



Soy un perfecto caballero inglés, tengo modales y educación estricta por parte de mis padres, no suelo hablar de la riqueza en la que nací como una virtud, pero es importante mencionarla pues gracias a ella pude tener acceso a las mejores escuelas de Londres. Terminaba el siglo XIX y mi país pasaba por una buena época en la que cualquiera podría hacerse rico, gracias a la obra de mano barata en fábricas.
El crecer entre lujos puede parecer la mejor de las vidas, más el estricto régimen bajo el que estaba, entre saber comportarse con cierto tipo de gente y la presión de ser hijo de uno de los mecenas más ricos de la ciudad, forjaron en mí, un temperamento caprichoso, por no decir vanidoso…ególatra y orgulloso.
Siempre desee dedicarme a las letras, pues hallaba interesante la pasión que llegaba a derrochar  simples palabras, más mi padre eligió carrera por mí, alegando que era más honorable tener a un doctor en la familia que a un simple escritor.
Así fue como fui enviado a Sussex a estudiar en una cómoda “casa de campo” que asemejaba más a una opulenta mansión, vanidad de mis padres, desde luego.
El tiempo pasaba lento en aquel lugar apenas urbanizado, mis vecinos más cercanos eran los obreros de las fábricas, junto con los ferrocarrileros y también, aquellos jóvenes chicos, sucios de rostro y manos, que cargaban carbón a cuestas bajo el aturdidor sol. Siempre los observaba en las mañanas, cuando tomaba mi desayuno en el jardín de mi casa, mentalmente burlándome y menospreciándolos por su precario modo de vida. Era entretenido observarlos pues siempre estaban presentes en las calles, día a día, noche a noche y yo…siempre los miraba…entonces, lo supe.
Dirigí mi galantería hacia los hombres, en secreto, no era algo que causara malestar, al contrario, aceptar mi anormal gusto por los hombres me hacía libre.
Mi historia comienza aquí, cuando entre todos esos trabajadores, lo note, era pelirrojo, no mayor de 14 años, yo en ese entonces rondaba los 17. Memorice su horario, su rutina de trabajo, lo miraba desde detrás de las rejas de mi jardín, me gustaba el rubor de sus mejillas al sentirse observado.
Fue fácil tenerlo cerca, pues mande a la sirvienta a ofrecerle trabajo, acepto, fue mi jardinero.
No quiero detallar mucho pues aunque recuerdo todo con claridad no tengo…deseos de mencionarlo.
Mencionare que teniéndolo cerca, lo seduje, fue fácil, pues  me se apuesto, rubio, alto, delgado…y rico…todo está a mi favor y él… visiblemente novato en esos temas…cayó. No paso mucho tiempo en el que pase de “encapricharme” con él, a obsesionarme y…finalmente lo inevitable… enamorarme. Me correspondió, me correspondió todo, no como un idiota, si no como el ser inocente e ingenuo que siempre lo considere. Fuimos felices.
Años en armonía pasamos en secreto, más la fatalidad llego a mis manos en forma de carta, mis padres me habían comprometido con la hija de un rico banquero y yo… estaba forzado a corresponderle.
Así el 2 de febrero de 1887, en una catedral a las afueras de Londres, celebre mi dolorosa boda, pero fingí bien. Ella era hermosa y cautivadora, una dama de sociedad,  sin embargo, no sentía por ella más que desprecio y lastima. Quería vivir conmigo en Manchester, acepte y sugerí que se adelantara, con la excusa de regresar a Sussex a arreglar “asuntos pendientes”.
Fue demasiado tarde. Desafortunadamente mi pelirrojo amor se enteró de todo, dejo una nota en la cama, decía “en otra vida quizás”, por horas lo busque, hasta hallarlo… o mejor dicho, hallar lo que alguna vez fue el, desmembrado en las vías del tren. Nunca lo supere.
No fui nunca a Manchester, jamás volví a ver a mi esposa, no me intereso buscarla, pues no me sentía unido a ella por algún sentimiento.
Volví a Londres, a refugiarme de mi dolor, lejos de mi familia... lejos de conocidos…lejos de la gente hipócrita que no me comprendía y solo me juzgaba. Ahogado en dolor llego a mi mente la más loca y oscura de las ideas. ¿Sería posible? … un pacto maldito… ¿me haría verlo de nuevo?..
La información en libros no bastaba, tuve que buscar por toda la ciudad a alguien que me…guiara en el macabro ritual.
Lo imposible se revelo ante mis ojos. Aquellas historias del príncipe de las mentiras eran verdad, el existía y ansiaba sangre. Firme su convenio, alargaría mi vida tanto como yo quisiera, hasta volverme a encontrar con él, mi muerto amor…
Cumplí lo que me pidió. Sangre femenina. Tuve que viviseccionar, apoyado en mis conocimientos médicos y después…asesinar. La prensa rápidamente me menciono en sus páginas, lo sé, lo que hice con esas prostitutas, no era benévolo, pero tenía que hacerlo…tuve que hacerlo.
Jack el destripador, me llamaron, no era un halagador apodo, pero no negare que lo merecía, corría el año de 1888...
Mi vida hasta ahora ha sido quieta y tranquila y no me arrepiento de mis acciones, pues han valido la pena, aunque de vez en cuando viejos espíritus me atormentan...viejos espíritus femeninos mejor dicho. Por ahora es todo lo que diré  quizá en otra ocasión podamos hablar tranquilamente....

Saludos señor lector.
Lucio Cromwell



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